lunes, 30 de enero de 2012

Los que cardan la lana

También en el mundo de la mafia puede aplicarse el dicho de que unos crían la fama y otros cardan la lana. En el mundo de los mafiosos arrepentidos estadounidenses que accedieron a testificar contra sus antiguos jefes de la cosa nostra hay dos nombres que sobresalen sobre el resto: Joe Valacchi (en la imagen) y Sammy Gravano. Ambos tuvieron una gran importancia en la lucha del gobierno americano contra la mafia, pero sin duda Valacchi es mucho más conocido que Gravano y, sin embargo, el testimonio de este último se demostró mucho más útil para conseguir condenas.

Joe Valacchi era un miembro raso (también llamado “soldado”) de la familia Genovese de Nueva York. Su jefe directo era un tal Tony Strollo. Valacchi ni era capo, ni consejero, ni jefe. Era un simple mafioso del montón. El caso es que en junio de 1962 el bueno de Joe estaba cumpliendo condena por tráfico de heroína (hay que ver, con 58 años y traficando… así son ellos). Por lo visto Joe estaba convencido de que la familia Genovese quería quitárselo de en medio por alguna razón que él desconocía, y un día vio acercarse hacia él por el pasillo de la cárcel a un tipo que confundió con un colega de la familia. Valacchi se convenció que ese hombre estaba allí para matarlo y optó por anticiparse. Usando una herramienta del taller de la cárcel golpeó al recluso y lo mató.

A las autoridades penitenciarias no les gustó la travesura de Joe. En primer lugar porque cometer un homicidio aunque sea dentro de una cárcel está feo. Y en segundo lugar porque la víctima ni era miembro de la mafia ni por supuesto estaba allí para matar a Valacchi. El abogado de Joe le dijo que se había pasado dos pueblos y que probablemente lo de la heroína sería un chupete de caramelo al lado de la condena a muerte que le iba a caer por aquello. ¿Qué hacer? La bombilla se encendió entonces sobre la cabeza de Joe: cantar.

“Omertá” es el término que se emplea en la mafia para designar la ley del silencio. Es una de las reglas fundamentales de la mafia. “Pase lo que pase, nunca hables de la familia, ni de sus negocios, ni de sus miembros”. En 1962 ningún mafioso había roto ese pacto para hablar de la mafia con la fiscalía. Joe Valacchi lo hizo en octubre de 1963 y se convirtió en el primer miembro de la cosa nostra en sacar a la luz cositas de los Genovese.

Valacchi se hizo famoso de la noche a la mañana. Salió en la tele, publicó sus memorias e incluso se hizo una película de Hollywood sobre él protagonizada por Charles Bronson. El nombre de Joe Valacchi había pasado para siempre a la historia de la mafia y sin embargo su testimonio no sirvió para meter en la cárcel a ni uno solo de sus amigos mafiosos.

Quien sí hizo pupa de la buena fue sub-jefe de la familia Gambino llamado Sammy “toro” Gravano, de quien ya hablamos en otro post. Gravano es menos conocido pero su testimonio fue mucho más importante que el de Valacchi.

viernes, 13 de enero de 2012

El rabo de la lagartija

Uno de los mayores problemas que tuvo siempre en los Estados Unidos la lucha contra el crimen organizado fue recopilar pruebas contra los jefes de las familias. Estos tipos estaban siempre al margen de los delitos concretos, no se manchaban las manos y se limitaban en la mayoría de los casos a recibir las “comisiones” que les pagaban sus subordinados en la organización.

¿Cómo llevar entonces a juicio a un jefe de una familia mafiosa? Pillarle in fraganti , como digo, era imposible. Algunos arrepentidos testificaron contra ellos, pero el problema era que tales individuos no es que tuviesen mucha credibilidad delante de un jurado.

Pongamos a nuestro amigo, el gángster de mi invención Jerry Napolitano, de New Jersey. Jerry acaba de ser detenido por tráfico de drogas en una redada, y al ser su tercera condena por el mismo delito se enfrente a la perpetua sin posibilidad de condicional. Su abogado de la mafia le dice que su futuro está más negro que el sobaco de Eto’o, pero que debe resistir como un machote. Lejos de esto, Jerry despide a su abogado y comunica al FBI que está dispuesto a testificar contra sus jefes de New Jersey a cambio de que alguien borre su nombre de la lista de acusados en la redada. El FBI acepta y, después de interrogarle, presenta el caso al fiscal del Estado. El jefe de la familia de New Jersey y otros cuatro mafiosos son llevados a juicio. Jerry sube al estrado y no deja títere con cabeza. 

El abogado de los mafiosos se levanta y toma la palabra.
- Sr. Napolitano, ¿ha sido usted detenido por la policía alguna vez?
- Sí – responde Jerry –, diecisiete veces.
- De esas diecisiete veces, ¿cuántas fue llevado a juicio?
- Las diecisiete.
- ¿A qué cargos se enfrentó? – pregunta el abogado.
- Bueno… tráfico de estupefacientes, agresiones, atraco, evasión de impuestos, tentativa de sobornos a jurados…
- ¿Perjurio?
- Sí, en dos ocasiones.
- ¿Ha sido declarado alguna vez inocente en algún juicio?
- No, nunca.
- He terminado, señoría.

Ante esta situación el FBI sabe que el testimonio de sus arrepentidos no llega lejos. Por tal razón, entre otras muchas, se promulgó en 1970 una ley llamada “RICO” (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations), una ley federal para luchar contra las organizaciones creadas con el propósito de delinquir, esto es, la mafia.

Según la ley RICO un tipo podía ser acusado de pertenecer a una organización criminal si era acusado de dos delitos de una larga lista (que incluía asesinato, homicidio, robo, extorsión, apuestas ilegales, tráfico de drogas, blanqueo de dinero, falsificación de moneda, obstrucción a la justicia, usura, etc., etc.). La condición era que el primer delito se hubiese cometido en los 5 años anteriores al juicio, y el segundo como máximo 10 años antes del primero. Es decir, el FBI tenía 15 años para encontrar las pruebas para empapelar al mafioso. Además se excluía el tiempo que el tipo hubiese pasado en prisión.

Aunque la ley RICO estaba en vigor desde 1970, los fiscales no empezaron a usarla hasta pasada una década aproximadamente. La razón fue el desconocimiento y la poca confianza que tenían en ella. Jurídicamente es un poco fuerte acusar a alguien de pertenecer a la mafia por haber estado involucrado en dos delitos en un intervalo de 15 años. Sin embargo en los 80 los fiscales como Rudy Guiliani perdieron el medio y sepultaron en la cárcel a numerosos mafiosos.

La ley RICO junto con el programa de protección de testigos y las escuchas del FBI son los 3 elementos que pusieron de rodillas a la mafia a principios del siglo XXI. Con todo, no se ha podido erradicar del todo el problema, porque la mafia no es una cuadrilla de malosos. Puedes encarcelar al jefe y al lugarteniente, pero la cabeza de la familia es como el rabo de una lagartija: se regenera rápidamente y no faltan pretendientes para ocupar la vacante que un antiguo jefe ha dejado libre.


Para terminar esta entrada os dejo con Frank, en plena forma, cuando era uno de los capos de Las Vegas y cantando la que para mí es su mejor canción: "that's life". Otro día hablaré de Sinatra, que tiene tela marinera.