miércoles, 28 de diciembre de 2011

Lo que hay que tener

No todo el mundo valía para ser convertido en miembro de una familia de la cosa nostra en los Estados Unidos. Y no lo digo únicamente por esa inclinación natural hacia lo ilegal de la que (creo que) carecemos la mayor parte de los mortales. Hace unos años leí un libro muy interesante titulado "Los malos hacen lo que los buenos sueñan", escrito por un psicólogo criminalista llamado Robert Simon. En él el autor exploraba la delgada línea entre el pensamiento y el acto criminal, y la distinción que podía apreciarse a nivel psicológico entre las personas “buenas” y las “buenas” que con el tiempo que convertían en “malas”.

Pero no voy a entrar en cuestiones psicológicas aquí. La mafia no se pierde en elevados debates neuronales a la hora de aceptar miembros en sus familias. Las reglas son más simples.

En primer lugar es necesario que el candidato sea italiano o hijo de descendientes directos italianos. Esto puede apreciarse clarísimamente en los apellidos de los mafiosos. Tomemos las cinco familias de Nueva York: Gambino, Genovese, Colombo, Bonnano y Luchese no parecen apellidos del East Side, precisamente. Con el tiempo la necesidad de que el candidato fuese hijo de italianos se fue relajando, y más tarde se aceptaron candidatos con solo un padre italiano o nieto de italianos.

Otra regla importante es que el mafioso wanabee no tuviese relación con la policía. De ningún modo, ni familiar, ni amistad, ni contactos profesionales. Nada. La pasma aquí, no.

Ahora bien, lo más importante, lo único decisivo, lo que separaba el grano de la paja y servía como marchamo para ser admitido en la familia no tenía que ver con la sangre, el color de la piel, los contactos con la policía, la simpatía, la honorabilidad, ni demás zarandajas. Aquí lo que contaba era la capacidad del individuo para conseguir dinero (sin trabajar, trabajar no vale). Recordemos que la mafia existe para ganar dinero, de manera que los que estaban abajo en la familia fuesen pasado el porcentaje de rigor hacia arriba, hacia los jefes. Un buen candidato a mafioso era, por consiguiente, aquel que demostraba un talento especial salir victorioso en lucrativos negocios ilegales y repartir con los jefes sus ganancias.

Cuando el FBI empezó a tomarse en serio el crimen organizado a finales de los 50 y descubrió este tipo de cuestiones se preguntó algo que ha sido objeto de muchas películas: ¿el candidato a mafioso debía demostrar su valía cometiendo un asesinato con sus propias manos?

Unos cuantos mafiosos arrepentidos que hablaron con el FBI después de su detención como Michael Franzese,  Vincent “pescado” Cafaro y Bill Bonnano dijeron que nunca habían asesinado y que por supuesto no se les pidió eso para ser admitidos en las familias Colombo, Genovese y Bonnano, respectivamente.

Lógicamente cabe la posibilidad de que estos mafiosos que colaboraron con el FBI mintiesen para no inculparse en ningún delito. Sin embargo en su declaración ante el Senado estadounidense en 1988, el lugarteniente del jefe de la familia de Cleveland Angelo Lonardo (en la imagen) declaró que no era necesario que el candidato asesinase para ser aceptado en la familia. Bastaba con que se mostrase dispuesto a hacerlo. La declaración de Lonardo sí que es creíble, puesto que anteriormente el tipo ya se había declarado culpable de varios asesinatos, y no tenía razón para negar que cometer homicidios era un requisito previo para ser admitido como miembro.

Aquí hay un trailer de un documental sobre la mafia de Cleveland donde el propio Lonardo aparece hablando sobre su vida como mafioso (notad cómo justo a continuación de explicar cómo asesinó a un rival irlandés asegura que él era inocente después de todo).  




En definitiva. Lo que contaba era la capacidad para ganar pasta. Asesinar era un medio, no un fin en sí mismo. Supongo que ahora se entiende lo del famoso: “no es nada personal”.

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