En los últimos tiempos se viene hablando con tanta
frecuencia de la ruina del sistema de pensiones que en el subconsciente español
ya ha calado el mensaje de que, en un futuro al que nadie quiere poner fecha,
las pensiones desaparecerán.
En este breve artículo explicaré por qué las pensiones no
desaparecerán, y cuál será la solución más probable que nuestra generación y
las siguientes encuentren a su incierto porvenir económico.
Conviene aclarar de entrada que nuestro sistema de pensiones
es de reparto y no de capitalización. Esto significa que nuestras cotizaciones
se destinan a pagar las pensiones existentes en este momento, y que no se
guardan para uno mismo. Así, cuando nuestra generación se jubile serán nuestros
hijos y nuestros nietos los que paguen nuestras pensiones. Es lo que se
denomina, la “solidaridad intergeneracional”.
La viabilidad de este sistema se fundamenta en varias
premisas evidentes, entre ellas, (i) la existencia de una base suficiente de
cotizantes, (ii) el crecimiento progresivo de los salarios y (iii) la
invariabilidad de la esperanza de vida. A día de hoy, ninguno de estos
principios se cumple: la tasa de ocupación es baja, los salarios no crecen y la
población se obstina en vivir cada vez más años.
De ahí surgen los cálculos agoreros de los gurús que
vaticinan la muerte irremediable del sistema de pensiones. Pero sus cálculos
parten de una hipótesis errónea, a saber, que nada va a cambiar. Y lo cierto es
que sí va a cambiar. A peor, pero va a cambiar.
Lo primero que cambiará es la edad de jubilación. El Banco
de España ya ha lanzado varias señales,
y yo estimo que en la década de los 20 la edad subirá a los 70 años y en la de
los 30 ó 40 se situará en los 72. Parece poco, pero el impacto financiero será
alto pues nos estamos quitando de un plumazo los primeros 3-5 años desde la
jubilación, que son precisamente durante los que más gente cobra la pensión. En
mi generación veremos cotizantes saliendo en cajas de su puesto de trabajo,
algo no muy común hoy día.
Otras reformas legales maléficas pueden incluir cambios en
las bases de cotización, tijeretazos puntuales en las pensiones aprovechando
una crisis que pase por ahí, tributaciones creativas, etc.
Lo segundo que cambiará es el poder adquisitivo de la pensión.
Esto ya lo expliqué en otro artículo en 2012 que se ha demostrado cierto en
todos sus puntos.
Lo que está ocurriendo es que la revaloración de las pensiones según el
tramposo IPC no refleja el aumento real del coste de la vida, lo cual significa
que si bien las pensiones serán cada año más altas en términos monetarios, su
poder de compra será cada vez más bajo. La consecuencia lógica es que suponiendo
que las bases imponibles aumentarán por el crecimiento lógico de la actividad,
al gobierno le resultará más sencillo pagar unas pensiones que en veinte o
treinta años tendrán un poder adquisitivo entre un 25% y un 40% más bajo.
Otro aspecto importante se producirá en unos años, cuando la
generación endeudada en plena burbuja empiece a jubilarse con un inmueble en
propiedad y escasos ahorros. Enfrentados a una pensión insuficiente, y salvo
que el capital heredado les ofrezca mejor opción, la salida obvia será deshacer
la “inversión” y vender la casa, liquidando un patrimonio ficticio que nunca
llegaron a consolidar. Y digo “ficticio” porque sólo será auténticamente dueño
de su casa aquél que, además de pagarla, sea capaz de ahorrar el capital
suficiente para mantenerse durante los años que viva después de jubilarse. Esto
es sentido común que muy pocos han aplicado en su decisión de comprar vivienda.
La venta del inmueble en propiedad tendrá un dramático
efecto añadido para la generación siguiente, pues la perspectiva de mejorar su
posición financiera con la herencia de los padres se reducirá notablemente. Ése
será un problema inédito para la generación de nuestros hijos.
Prometía al principio que también ofrecería una salida a
todos estos problemas. La solución que traigo no es original, puesto que ya la
hemos visto aplicada en España por multitud de jubilados ingleses y alemanes. A
saber, la venta del inmueble en el país de origen y la emigración a otro cuyo
coste de vida sea más reducido. Efectivamente, si el jubilado madrileño, catalán
o valenciano vende su casa y se muda a vivir a Marruecos o a Guatemala, podrá
subsistir holgadamente con su pensión denominada en euros, de la misma manera
que el inglés y el alemán lo hacen actualmente en la Costa del Sol. Lógicamente
no es lo mismo disfrutar de la jubilación en Guatemala que en Fuengirola, y
tampoco es igual la sanidad española que la de esos otros países. Es lo que
hay, amigos. Esperemos que los países en vías de desarrollo puedan mejorar sus
sistemas sanitarios por nuestro bien, porque allá vamos.
En definitiva, cobraremos una pensión pero más tarde y con
un poder adquisitivo muy mermado. Y aquellos de nosotros que no hayamos podido
complementarla con el ahorro privado, nos veremos abocados o bien a la
emigración o bien a protagonizar uno de esos reportajes que tanto gustan a
Mediaset: “Hoy en Callejeros, cómo sobrevivir con 400 euros”.
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