martes, 20 de diciembre de 2011

Aunque sea en el retrete

Es fácil imaginar que para cualquier aspirante a mafioso, ser admitido oficialmente como miembro de una familia es el momento más importante de su vida. Hasta ese momento solo era un “asociado”, un colaborador al que aplican todas las obligaciones derivadas de la participación en los negocios de la cosa nostra, pero pocos privilegios. Uno de ellos es que el miembro de una familia es “intocable”. No se puede atentar contra él a menos que el jefe de su familia lo haya probado.

Había dos ceremonias de admisión. En Chicago se invitaba a cenar a los miembros de la cosa nostra y durante el banquete se presentaba en sociedad al nuevo miembro. En el resto de ciudades se celebraba un ritual algo más complejo, en el que se leía un juramento sobre una pistola y un cuchillo. Una vez hecho esto, el papel se quemaba para representar el alma del candidato que ardería en el infierno si quebrantaba el juramento que había prestado. Posteriormente se sacaban dedos. Se contaban y al que le tocaba la china actuaba de “padrino” del nuevo miembro. Se practicaban candidato y padrino un corte en el dedo y los juntaban para emparentarse con sangre. 

En este clip de Los Soprano se describe el ritual (en realidad no era totalmente correcto, pues si no me equivoco Tony no era jefe, sino capo, y para aceptar a alguien tenía que estar presente el jefe y sus lugartenientes).


Las ceremonias de admisión eran acontecimientos solemnes, protocolarios, graves. Sin embargo, el deseo del candidato era tal en algunos casos que si las circunstancias disponían lo contrario no había problema en relajar algo los ritos. Eso ocurrió en enero de 1993, cuando Mike “el calvo” Spinelli fue finalmente aceptado como miembro de la familia Luchese de Nueva York. El problema era que Mike (en la imagen) estaba en la prisión metropolitana cumpliendo 19 años por la tentativa de asesinato de la hermana de un mafioso arrepentido. Mike se llevó la alegría del mes cuando supo que el lugarteniente Anthony “tubería de gas” Casso iba a ser encerrado en su misma cárcel. Cuando coincidieron, Casso celebró una pequeña ceremonia en los servicios para introducir a Spinelli en la familia. Como no tenían ni cuchillo ni pistola, se contentaron con quemar un cacho de papel higiénico y lo tiraron al váter. Por lo que se sabe, el calvo se mostró orgulloso de aquello. Bien por él.

En ocasiones la línea entre ser admitido en la familia y ser asesinado por la familia era mucho más delgada de lo que a simple vista parece. Mencionaré dos casos en los que el candidato salió de casa pensando que iban a su ceremonia de admisión y en realidad fue a encontrarse con el matón que le dio matarile. El primero es bastante conocido pues aparece en una escena de la película “Uno de los nuestros”. Se trata de Tommy DeSimmone, de la familia Luchese. Pensaba que le iban a admitir en la familia y en realidad se lo cargaron por haber matado sin permiso a un miembro de la familia Gambino (como se ve, ser miembro tiene sus prerrogativas). El segundo caso tuvo como protagonista Louis Tuzzio (en la imagen). El bueno de Louis a sus 25 años era un asesino de la familia Bonnano que en noviembre de 1989 salió a liquidar a un traficante de droga llamado Gus Farace. Durante la refriega, Louis disparó por error al hijo de un soldado de la familia Gambino llamado Joey Sclafani. Sclafany perdió un riñón pero sobrevivió. A pesar de ello, el jefe de los Gambino John Gotti exigió que Tuzzio fuese asesinado. Los Bonnano llamaron a una reunión a Tuzzio asegurándole que le iban a hacer miembro. Cuando salió de su casa, Louis dijo a su madre que iba a ser hecho miembro o a ser asesinado. Finalmente fue asesinado. Apareció al volante de su coche, un Chevrolet Camaro, con ocho balas en la cabeza.

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