martes, 13 de diciembre de 2011

La zorra en el gallinero

No importa lo mucho y bien que domestiques a la zorra. Siempre que la metas en el gallinero hará una escabechina de padre y muy señor mío. Hay cosas que no cambian, y la tendencia a delinquir de los mafiosos es una de ellas.

Uno de los factores que más influyó en la caída de muchas familias mafiosas estadounidenses fue el programa de protección de testigos. Los mafiosos tenían miedo a quebrantar el código de silencio, la “omertà”, pues sabían que la venganza de las familias que recaería sobre ellos sería temible. Por eso, si el FBI pretendía que un mafioso testificase contra sus jefes  era preceptivo ofrecerle una vía de escape a tal vendetta. Esa vía de escape fue el programa de protección de testigos.

El programa estaba bajo la supervisión de los scheriff y preveía varias medidas: traslado a un lugar desconocido, emisión de nuevos documentos identificativos y número de seguridad social, búsqueda de un trabajo, construcción de un historial académico y laboral, etc. Por supuesto, del mafioso arrepentido se esperaba que renunciase de por vida a sus antiguas aficiones, como traficar con drogas, robar coches o, por qué no, asesinar. De hecho, para ser aceptado en el programa de protección de testigos, el interesado debía firmar un papel donde se describía las características del programa y las obligaciones que se le imponía al protegido. Si las incumplía, podía ser expulsado del programa.

Pero, como decía antes, cuando metes a la zorra en el gallinero no puedes evitar que se coma las gallinas. Los ejemplos de arrepentidos que una vez dentro del programa de protección de testigos volvieron a las andadas son números: Henry Hill, el mafioso de la película “Uno de los nuestros”, Sammy “Toro” Gravano o Carmine LaBruno fueron solo tres ejemplos.

LaBruno tenía guasa. Era un asociado de la familia de Buffalo que había coleccionado varias condenas por distintos delitos, incluyendo asesinato. Fue admitido en el programa de protección de testigos y trasladado a Florida, donde empezó una nueva vida. Una nueva vida no muy distinta a la antigua, pues al poco tiempo fue juzgado por intento de asesinato y robo a un hombre con el que había salido a pescar y al que disparó y dejó por muerto en medio de un lago. Todavía el tipo se estaría preguntando por qué lo detenían, si es que le habían cogido manía en Florida.

Pero lo de Gravano es aún más sangrante. Habiéndose declarado culpable de 19 asesinatos recibió una sentencia de solo 5 años (unas 13 semanas y media por muerto). Pero además salió a la calle antes de cumplir esa leve condena, fue admitido en el programa de protección de testigos y llevado a Arizona con su familia. Una vez dentro, al tipo no se le ocurrió otra cosa que montar una red de tráfico de éxtasis con ¡su mujer y su hija! Gravano llegó a vender unas 25.000 pastillas por semana, lo cual en cierto sentido explica por qué necesitaba llevarse parte del trabajo a casa. En fin, que en 2002 volvieron a meterlo en la cárcel, y seguramente no salga hasta que cumpla los 19 años de condena que le cayeron. Hoy tiene 66 años y padece la enfermedad de Graves Basedow así que no es probable que vuelva a salir en libertad.

Con todo, las horas tan bajas por las que pasa el crimen organizado en los Estados Unidos han hecho que algunos arrepentidos ni siquiera se sientan amenazados por la mafia. El ejemplo más claro es Michael Franzese, quien no solo no quiso entrar en el programa de protección de testigos sino que además anda por ahí dando conferencias y publicando libros, como un Bill Clinton cualquiera.

Os dejo al bueno de Sammy “Toro” Gravano cantando “La del Soto del Parral” en el juicio contra su antiguo jefe John Gotti.



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