martes, 29 de noviembre de 2011

Democracia y sindicalismo según la mafia

Hoy voy a contar las andanzas de uno de mis mafiosos favoritos: Giovanni Dioguardi, más conocido en el mundillo de lo dudosamente legal como Johnny Dio.

Digamos de entrada que Johnny era un fenómeno. Nació en Nueva York en 1914, a los 15 años ya andaba cometiendo delitos y a los 24 era un mafioso de reconocido prestigio. Como los buenos cantaores flamencos, tocaba varios palos y todos ellos muy bien, en particular el de la estafa empresarial. Johnny se especializó en los delitos societarios y gracias a ellos consiguió ganar mucha pasta para él y para su familia, la Luchese de Nueva York.

Un apaño de Johnny que requeriría bastante descaro a cualquiera que no tuviese su talento lo llevó a cabo con una empresa de carne en 1964. El tipo compró la empresa y acto seguido dijo a todos los proveedores que iba a aumentar la producción y que necesitaba más material. Los proveedores le sirvieron mercancías por valor de unos 300.000 dólares (al cambio, algo menos de 2 millones de dólares) y Johnny les dijo que les pagaría en unos días. Apenas los proveedores hubieron salido por la puerta, Johnny salió corriendo a vender la carne por lo que le dieron y desapareció. La empresa quebró y los proveedores nunca vieron el dinero que les debían. A Johnny le cayeron cinco años de cárcel por la broma.

Sin embargo, aparte de algunos pecadillos relacionados con la evasión fiscal, las amenazas y las agresiones, el gran logro de Johnny se produjo en el amaño de las elecciones y posterior control del sindicato de camioneros. Manejar ese sindicato era muy importante para la mafia, pues los fiduciarios gestionaban su fondo de pensiones que disponía de cientos de millones de dólares. En lugar de usar ese dinero para invertir las pensiones de los camioneros, los sindicalistas corruptos se dedicaban a dar préstamos a las familias mafiosas para construir casinos, comprar empresas o lo que quiera que necesitasen. Tampoco exigían que entrasen en detalles.

El presidente del sindicato de camioneros era elegido por una asamblea de compromisarios que a su vez representaban a las delegaciones del sindicato en las distintas ciudades de los Estados Unidos. Como quien no quiere la cosa, Johnny Dio introdujo votantes falsos en las elecciones en número suficiente para asegurarse la victoria de su candidato, el famoso Jimmy Hoffa de quien ya hablaremos otro día. Este éxito en el pucherazo de las elecciones del sindicato hizo muy popular a Johnny entre la cosa nostra estadounidense.

Fue tal su fama, que Johnny fue llamado como consultor por la familia Dragna de Los Ángeles para que les diera unas cuantas lecciones sobre cómo ganar dinero rápido y con poco esfuerzo. Johnny dio lo mejor de sí mismo, y además de enseñarles a amenazar a los competidores para que no les estorbasen demasiado (lo cual ya hacía en la costa Este con bastante éxito), dio a los Dragna la genial idea de utilizar en sus empresas a trabajadores esclavos procedentes de México. Al tener menores costes laborales, las empresas de los Dragna podían cargar precios más bajos, lo cual les hacía ganar la partida a la competencia. Bien pensado, Johnny.

En general, el recurso más empleado por Johnny Dio para conseguir que sus amigos mafiosos disfrutasen de ventajas competitivas en el ámbito empresarial era amenazar a los trabajadores de las empresas que se atrevían a reclamar un trato digno. Y si había que dar un par de yoyas, se daban sin titubeos.

De manera incomprensible, el FBI puso todo su empeño en procesar a Johnny Dio, y finalmente consiguieron hacerlo en 1973 cuando fue sentenciado a 15 años por una estafa realizada con las acciones de una empresa. Su salud se fue deteriorando en prisión y Johnny solicitó su excarcelación por motivos humanitarios. Los Estados Unidos habían tenido suficiente, y se negaron en redondo. Johnny apeló en 1978 pero fue en vano. Lo trasladaron a un hospital de Pennsylvania donde murió en 1979.

Por cierto, aquí tenéis a Johnny en 1957 acogiéndose a la quinta enmienda para eludir las preguntas de la comisión senatorial que lo investigaba a él y a sus amigos por robar mercancías en el aeropuerto JFK de Nueva York. Qué ganas de molestar. 

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