martes, 8 de noviembre de 2011

Negocios prohibidos: no metas tus manos ahí

Es un hecho que a los miembros de las familias mafiosas les ha repelido siempre la idea de tener que trabajar para ganarse la vida. Siempre ha sido preferible dejar que lo hagan otros para luego robarles o extorsionarles. O mejor aún, llevar a cabo negocios delictivos para los que suele haber mucha menos competencia y en los que las ganancias llegan antes y en mayores proporciones.

Sin embargo no todo acto criminal ha sido bien visto por la mafia estadounidense. El ejemplo más evidente ha sido la prostitución. La trata de blancas y la gestión de prostíbulos era considerada por las familias como un asunto de bajo nivel en el que caballeros honorables como ellos no debían mezclarse. Aunque si bien es cierto que algunas familias cumplieron su propósito de no meterse en tales empresas nada les impedía luego cobrar impuestos callejeros o extorsionar a los propietarios de los burdeles. Por lo visto regentar un lupanar no era honorable pero cobrar a los proxenetas, sí.

En todo caso si hablamos de negocios prohibidos para la mafia, la prostitución es solo la punta del iceberg. En realidad son otras dos iniciativas mercantiles las que más preocupaban a las familias: la falsificación de moneda y el tráfico de drogas.

Lo que más temía el jefe de cualquier familia mafiosa es que alguno de sus miembros fuese condenado a una pena larga de prisión. Y no por compasión o lástima, sino porque al verse enfrentado a la perpetua, el mafioso de turno podría ofrecer a la fiscalía un trato: delatar a sus jefes a cambio de una reducción de condena. Por esa razón y no otra, algunas familias insistían en que sus miembros no se metiesen en determinados negocios.

El caso de la falsificación de moneda le estalló muy pronto en las manos a la familia Morello, de Nueva York. A principios del siglo XX la familia coqueteaba con distintos tipos  de delitos y, en general, no era tratada con severidad por las autoridades estadounidenses. Sin embargo a uno de sus miembros, Ignazio Lupo, no se le ocurrió otra cosa mejor que hacer que montar una imprenta de dólares falsos en 1909. Aquello no gustó nada al gobierno, y al bueno de Lupo le cayeron la friolera de 30 años, algo nunca visto hasta entonces. Aquello sirvió como escarmiento, y otras familias que estaban empezando a hacer sus pinitos en la falsificación de moneda como las de Chicago, Boston o Cleveland decidieron que sería mejor dedicar su tiempo a otras actividades menos castigadas por la justicia.

El caso de la droga es más complejo, y será objeto de otra entrada de este blog. Muchos jefes mafiosos se mantuvieron firmes en su negativa a meterse en ese mundo (por ejemplo, Raymond Patriarca en Boston o Carlo Gambino en Nueva York), aunque nunca rechazaron su porcentaje en las ganancias cuando alguno de sus capos traficaba con droga. Sin embargo la lista de mafiosos condenados por traficar es tan larga que decir que la cosa nostra se mantuvo alejada de la droga es de lo más hilarante.

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